Muchas veces os habréis preguntado ¿qué es arte? Esta cuestión que puede parecer tan metafísica no tiene una respuesta exacta desde una percepción psicológica individual. Personalmente, no creo que el arte tenga que entenderse: tienes que sentirlo, tienes que conmoverte e impactar. Aunque, sin duda, el gusto se educa con el conocimiento.
El arte moderno, tal y como lo entendemos ahora, nace en el cuatroccento italiano y desde sus inicios se ha ido diversificando hasta un punto en que las fronteras entre lo que es arte y lo que no lo es es cada vez más difuso. El arte moderno inquieta al ciudadano. La excelencia en el arte no es objetivable, no hay una manera exacta de medir lo buena o mala que es una obra. Pero una cosa está muy clara, lo que es arte está valorizado, es muy caro y está al alcance de los multimillonarios con gustos exquisitos.
El arte contemporáneo nos ha mostrado que cualquier objeto puede considerarse artístico dentro de un museo. El gusto, las modas y las tendencias son las que determinan el arte. Pero ¿quién determina el valor económico del arte? ¿Coincide este valor con el artístico o el estético? ¿Desde qué parámetros se pone precio a una obra? ¿Se consume arte sólo como forma de distinción y como forma de diferenciarse del resto?
La relación entre arte y economía es muy estrecha. Hoy en día no se pude entender el arte sin el mercado, dado que el arte es un bien valorizado que se distribuye y comercializa. Por lo tanto, las manifestaciones artísticas se caracterizan por su doble dimensión: la cultural y la económica.
La dimensión cultural es la que busca satisfacer una determinada necesidad cultural. Es decir, la creación u oferta responden a unas demandas o consumo de obras de arte, consecuencia de una necesidad cultural insatisfecha. Esta dimensión cultural es el rasgo característico de las producciones artísticas, que las hacen exclusivas y las diferencian del resto de bienes.
Por otro lado, la dimensión económica engloba actividades económicas de producción, distribución y comercialización. Es en la actividad de distribución donde se genera el mercado del arte. Es obvio que para que exista mercado de una obra de arte se necesitan dos partes implicadas: la oferta y la demanda; y que se pongan de acuerdo en la transacción. En este punto, hay un desequilibrio porque los vendedores y compradores no disponen de la misma información. Al tratarse de productos únicos e irrepetibles, piezas exclusivas y únicas en el mundo, se trata de un mercado prácticamente monopolítico. Tal y como explica William Baumol en un estudio económico sobre el mercado del arte, en este sector no existe un nivel de equilibrio por lo que sus precios son considerados no-naturales en el sentido clásico. La elasticidad de la oferta es cero, como pasa en el caso de obras de arte de artistas ya fallecidos, ya que el exceso de demanda no provoca un incremento de la oferta. Por lo tanto, el mecanismo de equilibrio de precios en el mercado del arte es más débil que en los otros mercados.
Llegados a este punto, hay que destacar el importantísimo papel que han jugado los críticos de arte, que con sus opiniones pueden influir en los gustos generales y en la valoración de este mercado, basado en modas y tendencias. La segunda mitad del siglo XX ha sido la época en la que más se ha valorizado el arte. Los precios del arte crecen más que los de las acciones en los últimos 135 años y superan la inflación.
En mi opinión, las obras de arte responden cada vez más a la dimensión económica que a la cultural. El arte se ha convertido en las últimas décadas en un bien de inversión que mueve millones en un mercado creado y promovido por y para los ricos. Las desorbitadas subastas de obras de arte muestran el potencial de este mercado, y las cantidades de dinero que se manejan han adquirino proporciones desmesuradas. ¿De verdad valen 13 millones de euros las penosas vacas en formol de Damien Hirst? ¿Merece la cúpula de Barceló una inversión de 20 millones de euros, una suma que podría ser el presupuesto de un país pequeño? El año pasado las ventas de obras de arte superaron, por primera vez, la barrera de los mil millones de dólares. Las dos casas más importantes son Sotheby’s y Christie’s, que en 2006 alcanzaron altas cifras: vendieron cinco obras de Klimt en 327 millones; y además tuvieron récords para Gauguin, Schiele, Warhol y, entre otros, un Cézanne a 37 millones y un Pollock a 140 millones.
El mundo del arte está cada día más ensimismado y es más irreal y más perverso. Hace dos semanas se celebró la subasta del siglo en París, la de la colección del modisto Yves Saint Laurent (fallecido en verano del 2008) y su compañero Pierre Bergé, en la que se recaudaron 773 millones de de euros. Y yo me pregunto: ¿dónde está la crisis?
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