domingo, 1 de marzo de 2009

El “topicismo” cultural

El “topicismo” es una enfermedad hereditaria que sufrimos la mayoría de humanos. No está diagnósticada por ningún médico, ni estudiada en ningún ensayo clínico, ni tampoco existe una cura infalible contra este síndrome. Pero casi todos lo padecemos y es altamente perjudicial para la salud mental. Los tópicos construyen nuestra mente y nuestra percepción del mundo. Los chinos son trabajadores; los latinos, pasionales; los franceses, románticos; y los catalanes, tacaños. Experimentamos una curiosa satisfacción cuando vemos reflejados los tópicos en la realidad y nos sentimos engañados y frustrados cuando comprobamos que son simplemente eso: tópicos. Los turistas que pasean todos los veranos por las Ramblas de Barcelona compran peinetas y estatuillas de toros (además de aquellos estúpidos gorritos mexicanos) porque piensan que aquello es made in spain.
El síndrome del “topicismo” desgraciadamente se encuetra por todas partes y también contamina a la cultura. Para ser más precisos, los productos culturales, junto con los medios de comunicación, son los principales canales que construyen y retroalimentan los tópicos.
La idea que nos formamos sobre un país, una sociedad o una cultura proviene de diversas imágenes que nos llegan en forma de flashes. Nos conformamos con esas pinceladas para construir nuestra concepción del mundo. Pero en realidad un tópico esconde miedo, pereza y orgullo. Miedo a que se desarmen nuestras estructuras mentales. Pereza, porque es más fácil aceptar que los gallegos son brutos, los andaluces holgazanes y los ibicencos fiesteros que pararse a pensar y conocer por nostros mismos. Orgullo porque posiblemente uno se siente más contento consigo mismo sabiendo cuatro cosas de algo. Quizás estas son tres de las características que nos distinguen como seres humanos: el miedo, la pereza y el orgullo.
La pregunta está en si podemos evitar el tópico al realizar una producción cultural. En mi opinión, no es una tarea imposible, pero sí muy complicada. Romper con los tópicos no resulta nada fácil. Cualquiera que lo intente se encontrará con una barrera de mentes ya moldeadas que, ya sea por miedo, pereza u orgullo, no tienen demasiado interés en romper con estos esquemas.
Basta con fijarse en el séptimo arte. Las películas que han intentado romper estos moltes han sido tildadas de “independientes” o “experimentales” y no acostumbran a tener demasiado éxito entre las masas. En cambio, las grandes producciones de Hollywood se encargan de reproducir película tras película diferentes tópicos. Un ejemplo claro, y con la ceremonia de los Oscars aún caliente, es el de Vicky, Cristina, Barcelona. Woody Allen nos muestra una ciudad cosmopolita, pero a su vez muy “española”, en donde mientras uno pasea por las calles puede escuchar canciones de Paco de Lucía. Muy típico de Barcelona…



Por otra parte, a veces la línea fronteriza entre tópico y realidad es muy estrecha. Es el dilema de ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Un tópico nace de una realidad magnificada y repetida. Y, a su vez, el tópico puede llegar a convertirse en una realidad a partir de la asimilación de aquellos actores que se encuentran implicados. Por poner un ejemplo, si existe el tópico de que en un barrio concreto todos son unos “macarras” y “chorizos”, puede que al final, un vecino honrado de aquel barrio acabe asimilando aquella etiqueta y se convierta en ese tópico.
Los medios de comunicación y la cultura son los grandes responsables de romper con estos tópicos, de educar a los ciudadanos y de presentar estampas variadas y lo más fidelignas posibles a la realidad. Aunque algunos crean que no, en el siglo XXI aún funcionamos a partir de tópicos. Y ya es hora de encontrar un remedio a esta enferemedad.

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