Esta isla del Jónico que pertenece a Grecia es para Kaváfis un camino lleno de experiencias, historias y vivencias que debe recorrer Ulíses. No es el destino del viaje, sino el viaje en sí mismo el que nos llena el cuerpo y el alma. La consecución del viaje carece de importancia, lo realmente importante es lo que aprendemos a lo largo de este viaje.
Ítaca es una analogía de la vida. No merece la pena vivirla rápida y con prisas. Hay que disfrutar y aprender lo que cada experiencia nos enseña. Por eso, como dice Kaváfis, hay que rogar que el viaje sea largo. Hay que detenerse en cada punto del camino.
Después de este viaje de tantos años habremos comprendido lo que es Ítaca.
Un viaje es la puerta al conocimiento, a nuevos horizontes, a nuevas aventuras y experiencias. Con este objetivo ser creó tuaventura.org, un proyecto de ciberperiodismo dedicada a los amantes de viajar, a los que sueñan con nuevos escenarios y disfrutan conociendo nuevas culturas. Esta iniciativa está formada por diversos corresponsales de diferentes partes del mundo que explican sus experiencias de viajes y nos muestran otra visión del mundo que va más allá de las cuatro paredes a las que estamos acostumbrados. Los viajes son los que nos van construyendo como personas, los que van conformando nuestros pensamientos y visiones del mundo. "Viajar" es un verbo delicioso que debería estar presente en la vida de cualquiera. Nunca he entendido a la gente que no le gusta viajar, que prefiere quedarse en casa jugando con la PSP en vez de destinar ese dinero a un viaje, a un experiencia. En el lado del mundo en que vivimos deberíamos considerarnos unos afortunados. El mundo tiene las puertas abiertas para nosotros, pero muchas veces tenemos miedo de traspasar esa frontera, miedo a lo desconocido. Pero simplemente se trata de una cuestión de valor, no de dinero. Hace unos días tuve el placer de conocer a un corresponsal de guerra, Nico Valle. Me explicó sus experiencias sobre las diferentes partes del mundo en las que había estado: Irak, Irán, Afganistán, Líbano, Bosnia... Sus relatos me provocaron una envidia sana. Yo quiero hacer esa vida. Conocer esas gentes, esa cultura, esos territorios. Sus palabras estaban llenas de conocimiento y sabiduría, y era porque había visto el mundo con sus propios ojos. Nico, hace unos años, cogió un mochila pequeña con las cosas indispensables y se fue un año a recorrer el mundo. Estuvo por África, Ásia, Europa... Y vivió experiencias innovidables. Creo que todos deberíamos ser un poco como Nico. Coger una mochila y desaparecer. O más bien dicho, aparecer. Todos los rincones del mundo tienen algo interesante que ver, todas las culturas tienen algo curioso que contar, todos los paisajes son dignos de contemplar. Y nunca es demasiado tarde para coger esa mochila y empezar un nuevo viaje. Parafraseando a Gabriel García Márquez en su libro "Vivir para contarla", yo digo: hay que "viajar para contarla".
Muchas veces os habréis preguntado ¿qué es arte? Esta cuestión que puede parecer tan metafísica no tiene una respuesta exacta desde una percepción psicológica individual. Personalmente, no creo que el arte tenga que entenderse: tienes que sentirlo, tienes que conmoverte e impactar. Aunque, sin duda, el gusto se educa con el conocimiento.
El arte moderno, tal y como lo entendemos ahora, nace en el cuatroccento italiano y desde sus inicios se ha ido diversificando hasta un punto en que las fronteras entre lo que es arte y lo que no lo es es cada vez más difuso. El arte moderno inquieta al ciudadano. La excelencia en el arte no es objetivable, no hay una manera exacta de medir lo buena o mala que es una obra. Pero una cosa está muy clara, lo que es arte está valorizado, es muy caro y está al alcance de los multimillonarios con gustos exquisitos.
El arte contemporáneo nos ha mostrado que cualquier objeto puede considerarse artístico dentro de un museo. El gusto, las modas y las tendencias son las que determinan el arte. Pero ¿quién determina el valor económico del arte? ¿Coincide este valor con el artístico o el estético? ¿Desde qué parámetros se pone precio a una obra? ¿Se consume arte sólo como forma de distinción y como forma de diferenciarse del resto?
La relación entre arte y economía es muy estrecha. Hoy en día no se pude entender el arte sin el mercado, dado que el arte es un bien valorizado que se distribuye y comercializa. Por lo tanto, las manifestaciones artísticas se caracterizan por su doble dimensión: la cultural y la económica.
La dimensión cultural es la que busca satisfacer una determinada necesidad cultural. Es decir, la creación u oferta responden a unas demandas o consumo de obras de arte, consecuencia de una necesidad cultural insatisfecha. Esta dimensión cultural es el rasgo característico de las producciones artísticas, que las hacen exclusivas y las diferencian del resto de bienes.
Por otro lado, la dimensión económica engloba actividades económicas de producción, distribución y comercialización. Es en la actividad de distribución donde se genera el mercado del arte. Es obvio que para que exista mercado de una obra de arte se necesitan dos partes implicadas: la oferta y la demanda; y que se pongan de acuerdo en la transacción. En este punto, hay un desequilibrio porque los vendedores y compradores no disponen de la misma información. Al tratarse de productos únicos e irrepetibles, piezas exclusivas y únicas en el mundo, se trata de un mercado prácticamente monopolítico. Tal y como explica William Baumol en un estudio económico sobre el mercado del arte, en este sector no existe un nivel de equilibrio por lo que sus precios son considerados no-naturales en el sentido clásico. La elasticidad de la oferta es cero, como pasa en el caso de obras de arte de artistas ya fallecidos, ya que el exceso de demanda no provoca un incremento de la oferta. Por lo tanto, el mecanismo de equilibrio de precios en el mercado del arte es más débil que en los otros mercados.
Llegados a este punto, hay que destacar el importantísimo papel que han jugado los críticos de arte, que con sus opiniones pueden influir en los gustos generales y en la valoración de este mercado, basado en modas y tendencias. La segunda mitad del siglo XX ha sido la época en la que más se ha valorizado el arte. Los precios del arte crecen más que los de las acciones en los últimos 135 años y superan la inflación.
En mi opinión, las obras de arte responden cada vez más a la dimensión económica que a la cultural. El arte se ha convertido en las últimas décadas en un bien de inversión que mueve millones en un mercado creado y promovido por y para los ricos. Las desorbitadas subastas de obras de arte muestran el potencial de este mercado, y las cantidades de dinero que se manejan han adquirino proporciones desmesuradas. ¿De verdad valen 13 millones de euros las penosas vacas en formol de Damien Hirst? ¿Merece la cúpula de Barceló una inversión de 20 millones de euros, una suma que podría ser el presupuesto de un país pequeño? El año pasado las ventas de obras de arte superaron, por primera vez, la barrera de los mil millones de dólares. Las dos casas más importantes son Sotheby’s y Christie’s, que en 2006 alcanzaron altas cifras: vendieron cinco obras de Klimt en 327 millones; y además tuvieron récords para Gauguin, Schiele, Warhol y, entre otros, un Cézanne a 37 millones y un Pollock a 140 millones.
El mundo del arte está cada día más ensimismado y es más irreal y más perverso. Hace dos semanas se celebró la subasta del siglo en París, la de la colección del modisto Yves Saint Laurent (fallecido en verano del 2008) y su compañero Pierre Bergé, en la que se recaudaron 773 millones de de euros. Y yo me pregunto: ¿dónde está la crisis?
El “topicismo” es una enfermedad hereditaria que sufrimos la mayoría de humanos. No está diagnósticada por ningún médico, ni estudiada en ningún ensayo clínico, ni tampoco existe una cura infalible contra este síndrome. Pero casi todos lo padecemos y es altamente perjudicial para la salud mental. Los tópicos construyen nuestra mente y nuestra percepción del mundo. Los chinos son trabajadores; los latinos, pasionales; los franceses, románticos; y los catalanes, tacaños. Experimentamos una curiosa satisfacción cuando vemos reflejados los tópicos en la realidad y nos sentimos engañados y frustrados cuando comprobamos que son simplemente eso: tópicos. Los turistas que pasean todos los veranos por las Ramblas de Barcelona compran peinetas y estatuillas de toros (además de aquellos estúpidos gorritos mexicanos) porque piensan que aquello es made in spain. El síndrome del “topicismo” desgraciadamente se encuetra por todas partes y también contamina a la cultura. Para ser más precisos, los productos culturales, junto con los medios de comunicación, son los principales canales que construyen y retroalimentan los tópicos. La idea que nos formamos sobre un país, una sociedad o una cultura proviene de diversas imágenes que nos llegan en forma de flashes. Nos conformamos con esas pinceladas para construir nuestra concepción del mundo. Pero en realidad un tópico esconde miedo, pereza y orgullo. Miedo a que se desarmen nuestras estructuras mentales. Pereza, porque es más fácil aceptar que los gallegos son brutos, los andaluces holgazanes y los ibicencos fiesteros que pararse a pensar y conocer por nostros mismos. Orgullo porque posiblemente uno se siente más contento consigo mismo sabiendo cuatro cosas de algo. Quizás estas son tres de las características que nos distinguen como seres humanos: el miedo, la pereza y el orgullo. La pregunta está en si podemos evitar el tópico al realizar una producción cultural. En mi opinión, no es una tarea imposible, pero sí muy complicada. Romper con los tópicos no resulta nada fácil. Cualquiera que lo intente se encontrará con una barrera de mentes ya moldeadas que, ya sea por miedo, pereza u orgullo, no tienen demasiado interés en romper con estos esquemas. Basta con fijarse en el séptimo arte. Las películas que han intentado romper estos moltes han sido tildadas de “independientes” o “experimentales” y no acostumbran a tener demasiado éxito entre las masas. En cambio, las grandes producciones de Hollywood se encargan de reproducir película tras película diferentes tópicos. Un ejemplo claro, y con la ceremonia de los Oscars aún caliente, es el de Vicky, Cristina, Barcelona. Woody Allen nos muestra una ciudad cosmopolita, pero a su vez muy “española”, en donde mientras uno pasea por las calles puede escuchar canciones de Paco de Lucía. Muy típico de Barcelona…
Por otra parte, a veces la línea fronteriza entre tópico y realidad es muy estrecha. Es el dilema de ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Un tópico nace de una realidad magnificada y repetida. Y, a su vez, el tópico puede llegar a convertirse en una realidad a partir de la asimilación de aquellos actores que se encuentran implicados. Por poner un ejemplo, si existe el tópico de que en un barrio concreto todos son unos “macarras” y “chorizos”, puede que al final, un vecino honrado de aquel barrio acabe asimilando aquella etiqueta y se convierta en ese tópico. Los medios de comunicación y la cultura son los grandes responsables de romper con estos tópicos, de educar a los ciudadanos y de presentar estampas variadas y lo más fidelignas posibles a la realidad. Aunque algunos crean que no, en el siglo XXI aún funcionamos a partir de tópicos. Y ya es hora de encontrar un remedio a esta enferemedad.
Este año se conmemoran 400 años de la expulsión de los moriscos en España. Una limpieza étnica que se llevó a cabo por todo el territorio y que afectó a más de 300.000 personas. Un triste capítulo de la historia de este país que poca gente parece recordar.
Para ser sincera, cuando empecé a escribir este texto el conocimiento que tenía sobre este hecho era básico y he tenido que consultar varias páginas web y libros de historia para poder hablar del éxodo forzoso más importante en España antes de la Guerra Civil. Somos víctimas de un sistema educativo que esconde los trapos sucios de un Estado que en un tiempo fue imperio. Las masacres, los abusos, los robos, los asesinatos y la extinción de culturas y étnias que cometió el reino español en colonias y comunidades son breves relatos adornados que se concluyen en una lección de historia.
He tenido la suerte de educarme en dos países diferentes, Argentina y España. Y, aunque ambos son países iberoamericanos con raíces y culturas parecidas, en el primero, en el que sólo estuve dos años de mi vida estudiantil, aprendí mucho más sobre el imperio español y la colonización que en doce años en España.
Mi hermano no tuvo esa suerte. A la edad de tres años, en una representación del colegio le hicieron cantar una canción que decía algo así como: “Moros venen, moros van, pel carrer de Sant Joan. Moros a terra! Moros a guerra!”. Les hablo del siglo XXI, no de hace 400 años.
La mayoría de gente, cuando su ropa está sucia la lava. Otros, símplemente se echan colonia por encima para ocultar el mal olor. Esto es lo que estamos haciendo nosotros con algunos episodios de la historia, y uno de ellos es la expulsión de los moriscos en el siglo XVII.
Los moriscos eran los descendientes de las personas que en el pasado del al-Andalus profesaron la religión musulmana y fueron bautizados tras la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502. Esta conversión al cristianismo buscaba el asimiliacionismo de la comunidad musulmana por la fuerza. Los mudájeres de toda España, que llevaban siglos viviendo en el país, tuvieron que ir a las iglesias a bautizarse y cambiarse el nombre para no perder sus tierras y poseciones. Si alguno no entendía bien el castellano o no se le ocurría ningún nombre, se le ponía Fernando si era hombre e Isabel si era mujer. La mayoría de los moriscos optaron por la conversión para no ser expulsados. Durante más de un siglo vivieron subordinados a la fe cristiana y en una difícil convivencia. Aquellos que querían seguir profesando sus creencias y costumbres lo tenían que hacer a escondidas. Eran odiados por los cristianos viejos, rechazados por la Corona y detestados por la Iglesia.
En 1609 Felipe III decretó la expulsión de los moriscos españoles, que en teoría ya eran cristianos conversos, y acabó con una farsa de la convivencia feliz de tres religiones (judía, musulmana y cristiana). El rey quiso mostrarse como un símbolo de firmeza ante sus enemigos, pero en realidad fue la culminación de una política confusa hacia la comunidad morisca iniciada por los Reyes Católicos.
300.000 personas expulsadas en siete años, en la historia hay pocos casos similares. Posiblemente entre los siglos XVI y XVIII no hubo ninguno de esta amplitud.
Muchos emigraron a América, aunque la mayoría de moriscos fueron transportados al norte de África.
La pérdida del 4% de la población puede parecer de poca importancia, pero hay que tener en cuenta que los moriscos conformaban una parte importante de la masa trabajadora. Las consecuencias de la expulsión fueron graves para la economía de España, sobre todo para el Reino de Valencia, que perdió la cuarta parte de su población. Los grandes señores perdieron la principal mano de obra en la agricultura y los burgueses se arruinaron debido a la suspensión de pagos de rentas por los préstamos hechos a los pripietarios rurales.
La huella de los moriscos tuvo una presencia muy fuerte en el arte, la economía, la agricultura o la arquitectura de los países de destino, como Argelia o Túnez. El éxodo de estos españoles supuso una transferencia de la cultura hispánica por todo el Mediterraneo.
A lo largo de este año se van a celebrar una serie de eventos, conferencias y exposiciones para conmemorar y recordar desde diferentes perspectivas este episodio histórico. Como por ejemplo, la exposición Entre la tierra y la fe. Los musulmanes en el reino cristiano de Valencia (1238-1609)que se inauguró el pasado 26 de febrero en la Nau de la Universistat de València.
Por otra parte, la web www.1609-2009.es es un portal creado expresamente para introducir al internauta en esta etapa de la historia. Pese a que su diseño no resulta demadiado atractivo ni claro, cuenta con una amplia información sobre la comunidad morisca y su expulsión.
Todas estas iniciativas se realizan con el objetivo de estudiar y reflexionar sobre esta expulsión. Una limpieza étnica que 400 años después sigue pareciendo muy actual.