Las horas muertas son aquellos ratitos en el tren en los que te adentras en las páginas de una apasionante historia de amor. Las horas muertas son los domingos soleados en la terracita de un bar leyendo el diario; es recostarse en el sofá y quedarse hipnotizado observando los colores del fuego ardiendo en una chimenea; son aquellos momentos en los que te estiras en la hierba a adivinar las formas de las nubes. Las horas muertas también son los largos fines de semana dedicados a ver películas, las fotos de un álbum viejo o el olor del café en un bar junto a tus amigos. Las horas muertas son los pensamientos que se cruzan por la cabeza durante el trayecto del trabajo a casa; los pasillos silenciosos de una exposición de arte, las notas musicales que nos hacen bailar y cantar… Las horas muertas son aquellos momentos del día en los que, sin querer, nos sentimos vivos y felices. Y aunque sean horas muertas, no estan vacías. Son trocitos de nuestro tiempo en los nos escondemos de la rutina y las obligaciones y nos atrevemos a pensar, sentir y reflexionar.
Este es mi escondite, en el que comparto mis horas muertas con las vuestras. Porque las horas muertas son las que nos hacen estar vivos.
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